martes, 16 de mayo de 2017

Experta abrazadora de árboles

Cuando empecé el blog sentí un miedo terrible por mi falta de inspiración en las entradas semanales. Miedo de que aun con toda la temática que nos rodea, no fuera capaz de encontrar cada semana algo que despertara la curiosidad de los demás y a la vez me llenara a mí misma. Poco a poco fui amoldándome a la situación e hice del blog mi casita de árbol, ¿qué mejor comparación que esta? pues cuando escogí el fondo, lo decidí así porque al mirarlo percibía que la perspectiva era desde dentro y no desde fuera, por lo que me sentí súper calentita. Ese lugar donde te sientes protegido, donde ya pueden venir vientos y mareas que mientras estés dentro, nada te va a pasar.

Mi pequeña casita de árbol, lugar al que acudir para pasar tiempo a solas y parar la vida un instante para dedicarte tiempo a ti misma, a tus pensamientos, reflexiones y sentimientos. Como conmemoración al blog, he decidido que esta entrada que es la penúltima, sea un bonito texto de la mano de Sara Búho, que con su magia hace una comparativa preciosa del sentimiento que despierta un árbol con el sentimiento que despierta el amor. Ya lo critiqué en su momento (el amor) y va siendo hora de ensalzarlo un poco, de quitarme la coraza y dejar que los sentimientos fluyan. Además, Sara ha sido para mí uno de mis mayores descubrimientos. La adoro, a ella y a sus escritos, me encanta leerla y a lo largo del blog he hecho referencia a varias personas importantes para mí o que me han influenciado, pero no la he nombrado nunca. Es tu turno.

Una vez me abracé a un árbol. No recuerdo exactamente qué tipo de árbol era, sólo sé que era un árbol. O quizá fue sólo producto de mi imaginación, o un sueño. Pero me gusta pensar que abracé un árbol y no recordar qué árbol fue. Si bien el árbol no era real, la sensación sí lo fue. Abrazar un árbol no es algo que en principio pueda resultar apetecible. Por lo general, los árboles pinchan, no son suaves e incluso pueden clavarte alguna astilla. Pero yo quería, quería tanto tanto abrazarlo que lo abracé. Y recuerdo que pinchaba, que no era suave, e incluso recuerdo una astilla clavándose en la palma de mi mano, pero todo eso después. En el momento sentí algo que no había sentido jamás, sentí que estaba hecha para eso. Si hubiera sido una niña (que ya no lo era, o al menos no del todo) y me hubieran preguntado en ese mismo instante qué quería ser de mayor, yo hubiera dicho sin duda que abrazadora de árboles. Seguramente hubiera encontrado mil razones que avalaran mi honorable futura profesión, y todas basadas en que ellos, los árboles, también necesitan abrazos. Pero lo prometo, sentí como mi interior se vaciaba y se volvía a llenar una y otra vez. Seguramente si hubiera sido una niña (que ya no lo era, o al menos no del todo) y me hubieran preguntado si sabía lo que era hacer el amor, hubiera dicho que era abrazar árboles y os aseguro que hubiera sido capaz de convencer a la humanidad de que eso era hacer el amor, y que los árboles también necesitaban amor. Sentí la tierra en mis pies sin estar descalza, sentí la sangre nueva en mis venas, sentí como mi corazón estaba en mi pecho y a la vez no estaba y fue precioso; me sentí fuera del tiempo. Aquel árbol no me abrazó, pero me devolvió el abrazo. Fue precioso amar a un árbol.
No recuerdo haberme sentido tan viva hasta que otro día te abracé a ti, pero no fue el abrazo lo que hizo que me sintiera tan viva como entonces, el abrazo fue muy humano. Fue unos meses después, íbamos de la mano por la avenida de la catedral abarrotada de gente y tuve que gritar ¡TE AMO! fuerte, muy fuerte. Sentí de nuevo la tierra bajo mis pies sin estar descalza, sangre nueva en mis venas, el corazón en mi pecho y también fuera de él: me sentí fuera del tiempo. Tú no podías dar crédito, dijiste que estaba loca y me besaste mientras tratábamos de volver a pasar inadvertidos ante toda esa gente que se había quedado mirando.
Estoy loca, por supuesto que estoy loca. Una vez abracé a un árbol y sentí algo que tiempo después experimenté paseando contigo de la mano. Pero te aseguro que si hubiera sido una niña (que ya no lo soy, o no del todo) y me preguntaran qué es el amor, contaría esta historia una y otra vez hasta convencer a todos de que es esto y no otra cosa.


Escrito del puño y letra de Sara Bueno.

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